FLORES: DEL JARDÍN A TU PLATO


Cuando hablamos de flores en la mesa, la mayoría de nosotros pensamos en un colorido jarrón o en flores esparcidas por encima del mantel. Todavía a muchos nos suena raro eso de comer flores.

 

Sin embargo, es algo que se viene haciendo desde hace miles de años, y es parte fundamental de la actual gastronomía de algunos países. Para empezar, uno bien cercano: Italia. Los italianos consideran la flor de calabacín uno de sus platos estrella y la preparan de mil maneras diferentes. Sus antepasados romanos también utilizaban flores para aromatizar y dar sabor a sus platos.


Otras antiguas civilizaciones como la griega, egipcia, azteca e inca usaban flores como ingredientes en sus platos y, tanto en China como en Europa durante la Edad Media, los monjes cultivaban flores y plantas con fines culinarios y medicinales. En la cocina hindú y en la mejicana es muy frecuente encontrar flores en  la preparación de algunos platos.

 

En nuestra cultura actual, las flores se van abriendo camino poco a poco, las vemos en algunos restaurantes y nos resulta agradable encontrar flores adornando una ensalada o un postre. Menos habitual es encontrarlas como guarnición en un guiso de carne o como ingrediente principal en un plato de arroz, aunque ya hace tiempo que los grandes chefs las van incorporando a sus creaciones. La variedad de flores comestibles es muy amplia, y  la gran diversidad de sabores, desde dulce hasta picante, permite buscar la combinación más adecuada para realzar los sabores en cada preparación.

Añadir flores a nuestros platos no sólo los hacen más bonitos y atractivos, también aumentan su valor nutritivo. Las flores, además de olor y color, aportan sustancias beneficiosas para la salud y nos sorprenden con sus sabores.

 

Sin embargo, no podemos ir alegremente a la primera floristería a comprar flores para el menú de hoy. No todas las flores son comestibles por muy bonitas que sean y muy atractivas que nos parezcan. Como ocurre con las setas, algunas son tóxicas y hay que conocerlas muy bien. Algunos ejemplos de flores venenosas son: adelfas, azaleas, rododendros, narcisos o dedalera.

 

En el caso de las flores comestibles, es muy importante el lugar donde las conseguimos. Las de floristerías y viveros no son aptas para su consumo, por lo general han sido tratadas con productos químicos como insecticidas o pesticidas. Lo mismo ocurre con las flores que podamos encontrar en jardines públicos.

 

Si tenemos un jardín, lo ideal es cultivarlas nosotros mismos. Además de un bonito entretenimiento, tendremos la seguridad de que no han sido tratadas con ningún producto químico. En el caso de no poder hacerlo, tenemos que asegurarnos de que proceden de un cultivo orgánico o dirigirnos a tiendas especializadas.

 

Otra precaución muy necesaria es empezar a comerlas poco a poco y, en el caso de personas que padezcan de alguna alergia, con más razón todavía. Además de que pueden provocar reacciones alérgicas, si no estamos familiarizados con la intensidad de su sabor, pueden llegar a estropearnos el plato.

Si las flores que vamos a consumir son de nuestro huerto o jardín, debemos evitar arrancar más de la cuenta y coger sólo las necesarias. Es recomendable hacerlo a primera hora de la mañana, después del rocío y mantenerlas en agua en un lugar fresco.

 

Si las compramos, debemos procurar consumirlas lo más frescas posible, para que no pierdan sus cualidades, aunque se pueden conservar en el frigorífico durante dos o tres días.

 

A la hora de prepararlas hay que lavarlas bien y con mucho cuidado, ya que se estropean con facilidad. En algunas hay que quitar los estambres y pistilos, pues sólo se comen los pétalos. Otras se pueden comer enteras, como la caléndula que resulta, además, una bonita decoración para el plato.

 

Como alimentos vegetales que son, contienen gran cantidad de vitaminas y minerales. Al igual que ocurre con las frutas y verduras, los pigmentos que les dan color son una buena fuente de antioxidantes. La variedad de fitoquímicos presentes en ellas nos ayudan a combatir el envejecimientos y algunas enfermedades degenerativas como la degeneración macular, gracias a la vitamina A. Las vitaminas C y E actúan como potentes antioxidantes.

 

Gracias a los aceites presentes en ellas, algunas son relajantes y ayudan a conciliar el sueño como la lavanda. Las flores de manzanilla ayudan en la digestión, mientras que las de la familia Allium tienen propiedades antisépticas y protegen el corazón. Los pétalos de rosa tienen un suave efecto antiinflamatorio y se podrían seguir enumerando beneficios que las flores aportan a nuestra salud, pero resultaría muy largo.

 

A lo largo de la historia, las flores han sido utilizadas en cosmética por su capacidad hidratante, suavizante y nutritiva, entre otros muchos efectos beneficiosos. Pero para aprovechar sus múltiples virtudes deben sufrir largos y complicados procedimientos. Al añadir flores crudas a nuestros platos ingerimos todas esas sustancias beneficiosas en su estado más puro, por lo que llegan prácticamente intactas a nuestro organismo, multiplicando sus beneficios y potenciando la belleza desde dentro hacia fuera.

Incorporar las flores a nuestros menús ampliará la variedad de alimentos que requiere una dieta sana y equilibrada.

 

Las flores, por su enorme variedad, permiten infinidad de preparaciones culinarias. Estamos acostumbrados a tomarlas en infusiones, mermeladas y postres dulces, pero también se pueden comer crudas en ensaladas, como las capuchinas o los pensamientos. Es la mejor manera, ya que así conservan todas sus cualidades.

 

Podemos preparar platos de arroz: con caléndula, pétalos de rosa o crisantemo para darle un toque oriental.

 

Una sugerencia para un plato de pasta muy especial: espaguetis con semillas y pétalos de amapola.

¿Qué tal añadir a los platos de pescado hibiscos o jazmín? ¿Y preparar un pollo con salsa de lavanda y miel?

Un desayuno original y colorido: yogur con cereales integrales, arándanos y pétalos de clavel.

Otra idea es rellenar algunas flores adecuadas para ello, como los tulipanes o las flores del calabacín.

Flores como el geranio y el sauco son muy apropiadas para preparar postres dulces y mermeladas, mientras violetas y prímulas dan un toque muy especial a las ensaladas.