Cuando se acerca el verano empezamos a pensar en la playa. Y no sólo porque es una actividad divertida, sino también porque, aunque no seamos conscientes de ello, el sol, el aire, el mar y la arena aportan grandes beneficios a nuestra salud tanto física como mental.
Nos produce una sensación de paz y tranquilidad que relaja nuestra mente y nos hace sentir felices. Ir a la playa nos proporciona diversión, los rayos de sol nos aportan energía y la contemplación del mar, serenidad.
Nos sentimos más dispuestos a hacer ejercicio, tanto en la arena como en el agua y dejar secar el cuerpo al sol es una sensación muy placentera. El aspecto de nuestra piel mejora: además de un favorecedor bronceado, absorbe minerales como el cinc y el potasio que ayudan a su regeneración.
Pasear por la playa es bueno para nuestras articulaciones, fortalece los músculos y activa la circulación, especialmente si lo hacemos a buen ritmo y con los pies en el agua.
Caminar descalzo es un placer del que pocas veces disfrutamos. La arena seca nos proporciona un constante masaje en las innumerables terminaciones nerviosas que tenemos en la planta del pie. Caminar sobre arena mojada ayuda a exfoliar las células muertas de los talones y, en ambos casos, nos permite un contacto directo con la naturaleza que nos recarga de energía positiva al tiempo que fortalecemos los músculos de los pies. Paseando con los pies dentro del agua activamos, además, la circulación y refrescamos el organismo.
Recibir los rayos de sol es nuestra piel es un auténtico placer, pero también es mucho más que eso. Gracias al sol, nuestro organismo sintetiza vitamina D, necesaria para que el calcio se fije en nuestros huesos. Sin embargo, hay mucha controversia sobre los efectos del sol. Un exceso de sol o tomarlo en las horas centrales del día puede ser perjudicial y llegar a quemarnos. Lo ideal es tomar el sol a primera hora del día o a partir de media tarde. Durante estas horas se puede incluso tomar un ratito de sol sin cremas protectoras, aunque no más de 15 minutos. Las cremas dificultan la absorción de los rayos solares y, por tanto, la síntesis de vitamina D.
Tanto pasear por la arena como nadar en el mar, nos ayuda a mantenernos en forma. La natación es un excelente ejercicio y, si lo hacemos en el mar, nos beneficiaremos también de sus efectos curativos. La sal y los minerales que contiene el agua de mar mejoran algunas afecciones cutáneas, respiratorias o cardiacas.
Flotar y dejarse mecer por las olas reduce la carga en las articulaciones y relaja los músculos aliviando los dolores. La cantidad de yodo contenida en el agua de mar estimula la glándula tiroides, aumenta el metabolismo y refuerza el sistema inmunitario.
El efecto calmante del color azul del mar, el sonido de las olas, las vistas sin límites y los olores de la playa, nos hacen sentir relajados, reducen el estrés y combaten la depresión.
La luz y el calor ejercen una influencia muy positiva en nuestro estado de ánimo, alejan las preocupaciones y estimulan la producción de hormonas del bienestar como la serotonina que reduce los niveles de ansiedad. El efecto sedante que ejerce la playa, sumado al cansancio del ejercicio físico nos ayudará a conciliar el sueño y mejorar la calidad de nuestro descanso nocturno.
La playa es una fuente de diversión para grandes y pequeños. Los niños juegan durante horas con la arena y la construcción de castillos, flanes y figuras es una magnífica actividad que estimula su creatividad y refuerza los lazos familiares y sociales.
El agua también es una diversión enorme para ellos, chapotear en la orilla, saltar las olas o meterse debajo cuando rompen hace que se sientan felices y vayan superando pequeños retos. Es un lugar en el que se sienten libres para correr, saltar o rebozarse en la arena y su salud, en esta época tan importante de crecimiento, se verá muy beneficiada.